Otra escapadita, sin atrevernos todavía a pasar los los Pirineos.
Hacia años que no estábamos en Ávila y hacia ahí nos fuimos, pero como para disfrutar de los viajes hay que tomarlos con calma decidimos dedicar el día a la visita a la -para nosotros, bastante conocida- villa de San Esteban de Gormaz y pernoctar allí.
Antes de comer nos dirigimos a Nuestra Señora del Rivero, una de las dos iglesias románicas porticadas con que cuenta la población. Nuestra Señora del Rivero es la patrona de la población y se festejaba ese día, pero con lo de las «No Fiestas» poco movimiento había.
Estaba abierta, pues este año tanto esta como San Miguel forman parte de un programa de apertura de iglesias durante la temporada de verano en la provincia de Soria.
Hay que entrar en la iglesia a través de su galería porticada.
Los capiteles, algunos bastantes erosionados, muestran motivos tradicionales en el románico como la sirena de doble cola y hexafolias en los cimacios.
La portada abierta en el muro sur es de tres arquivoltas, con decoración en la que prima el sogueado. En sus capiteles referencias al pecado como en el mono con una soga al cuello que aparece en uno de ellos, y que tantas veces se repite en el románico.
El interior con las bóvedas muy reformadas en el siglo XVII, recuerda su origen románico en los muros laterales y el presbiterio.
Hay pinturas góticas en la cabecera y en la nave como este Calvario gótico en el muro del evangelio.
Recientemente se ha puesto al descubierto la parte norte del ábside, que puede contemplarse a través de la sacristía.
Es de destacar el artesonado mudéjar del coro, de 1558.
Exteriormente solo es visible un fragmento del sur del ábside.
Desde la cabecera hay buenas vistas sobre el castillo y San Miguel.
Descendiendo de Nuestra Señora paseamos por la calle Mayor y sus porches.
Con parada en la plaza.
Y viendo los restos de las antiguas murallas.
Y portales que cerraban la villa.
Comimos tranquilamente, descansamos un rato y hacia San Miguel.
Que nos recibía con su galería porticada y el entorno acondicionado desde nuestra última visita.
Los capiteles están, como en Ntra. Sra. del Rivero, erosionados, así como muchos de los canecillos del pórtico y de la nave.
El ábside tiene la ventana central esculpida y el alero sostenido por canecillos, muchos de ellos figurativos.
La torre es aún románica en su base.
La portada formada por tres arquivoltas tiene los capiteles esculpidos.
El interior conserva en el presbiterio pinturas tardogóticas.
Y alberga la imagen de la llamada Virgen del Castillo, porque allí la encontraron.
Emprendimos la subida hacia el castillo, pasando por las numerosas bodegas.
Algunas con inverosímiles accesos.
Del que fue importante castillo en la línea fronteriza del Duero se mantiene en pie un largo lienzo de su muro occidental.
De sus aledaños hay buenas vistas sobre la población.
Y también se divisan palomares, que son parte del paisaje castellano-leonés.
Al bajar, parada en Nuestra Señora del Rivero.
Par contemplar la galería pórticada con sol de tarde. Una visión completamente distinta de la matinal.
Por la calle Mayor nos detuvimos contemplando la gran cantidad de lápidas romanas que hay usadas como dinteles o simplemente empotradas en los muros de algunas casas.
La Plaza Mayor bastante animada con la juventud medio celebrando las «No Fiestas».
La hora de la cena la esperamos tomando una cerveza mientras veíamos la puesta de sol junto al puente sobre el Duero.
De San Esteban a Ávila. Pese a que nuestra llegada fue temprana en el hotel nos dieron inmediatamente habitación y pudimos aprovechar la mañana.
Nuestra primera visita al monasterio de Santo Tomás. Fue fundado por Hernán Núñez de Arnalte, tesorero de los Reyes Católicos, para que fuese convento de los dominicos en la ciudad. Fue sede del Tribunal de la Inquisición y aquí pasó sus últimos años Tomás de Torquemada. Los Reyes Católicos lo favorecieron y usaron como residencia de verano.
La iglesia es un gran ejemplo del gótico flamígero.
De entre su rico contenido destacan el Retablo Mayor, obra de Pedro Berruguete,
y el sepulcro del Príncipe Juan, primogénito de los Reyes Católicos, fallecido a los diecinueve años.
El monasterio tiene tres claustros.
De Santo Tomás a emprender la cuesta hasta el centro. Lo primero con que topamos fue con los ábsides de la iglesia románica de San Pedro.
Su fachada principal se abre a la plaza del Mercado Grande.
Se entra por la portada sur.
En su interior el apuntamiento de las bóvedas ya denota el nuevo lenguaje gótico.
Frente a la iglesia teníamos las murallas y la puerta del Alcázar.
Pero seguimos hacia el norte por la calle San Segundo, bordeamos el ábside de la catedral (conocido popularmente como el Cimorro), que forma parte de la muralla y penetramos en el interior del recinto amurallado por la puerta de las Carnicerías.
Era la hora de comer y entramos a ponernos entre pecho y espalda un menú abulense con el consabido chuletón.
Aunque apetecía descansar, decidimos digerir acercándonos a San Vicente. Por lo menos el camino es en bajada.
San Vicente, aunque extramuros, está allí mismo.
Paramos primero en su portada sur con su interesantísima Anunciación.
Para efectuar luego el acceso por la portada occidental, otro museo escultórico.
La basílica románica de San Vicente se levanta sobre el lugar donde tradicionalmente se creía que estaban sepultados los restos de Vicente, Sabina y Cristeta, tres hermanos martirizados durante la persecución de Diocleciano en el siglo IV.
La iglesia es de tres naves y tres ábsides con marcado crucero.
Tiene cripta construida para nivelar el terreno donde se construyó la basílica.
En ella se veneraba tradicionalmente la Virgen de Soterraña. Actualmente ha sido trasladada al Retablo Mayor. Esta imagen fue hallada milagrosamente en el siglo VIII o IX. En realidad, la talla es, como mínimo, del siglo XII. Mutilada para vestirla, fue restaurada -mejor, reconstruida- en los años ochenta del siglo pasado.
Lo más relevante del templo es el cenotafio de los Mártires. Simula un edificio de tres naves y es de gran riqueza escultórica. Sobre él se colocó un baldaquino gótico en el siglo XV.
Es impresionante el Pantocrátor de la cara oeste, que tiene a sus lados el león y el toro del Tetramorfos.
La cabecera resulta muy elegante por la altura de los ábsides, debida a la existencia de la cripta.
Muy cerca de San Vicente se levanta el humilladero, obra del siglo XVI.
En dirección al hotel encontramos la ermita del Cristo de la Luz.
Regresamos al centro al anochecer para tener una visión del Ávila nocturna.
Tener el hotel algo alejado del centro permite contemplar lugares que, de otro modo, pueden pasar desapercibidos.
Por ejemplo, las ruinas de los Jerónimos.
El primer objetivo del día fue la iglesia románica de Santo Tomé el Viejo.
En su muro sur conserva una portada románica cuyas arquivoltas descansan sobre capiteles que han perdido las columnas en que apoyaban.
El interior se usa a modo de almacén del Museo de Ávila y se accede a él a través de otra portada situada en el muro oeste.
Entre muchas otras piezas, destaca la gran cantidad de verracos que contiene.
En un edificio cercano, la Casa de los Deanes, está la sede propiamente dicha del museo. el edificio está organizado alrededor de un patio central.
Hay salas dedicadas la patrimonio etnográfico de la provincia.
Y otras que muestran obras de valor histórico y artístico como esta curiosa y encantadora Santa Ana Triple.
O este tríptico flamenco de época gótica.
Del Museo al plato fuerte del día, la catedral.
Las principales obras de la catedral fueron realizadas bajo la dirección del Maestro Giral Frunchel, que también finalizó la basílica de San Vicente y es considerado el introductor del gótico en España.
Se accede por la portada situada en la fachada oeste.
En el interior destaca la altura de la nave central, igual de ancha que las laterales, y su intensa iluminación.
El trascoro es obra renacentista de Lucas Giraldo y Juan Rodríguez en el siglo XVI.
El coro, diseño de Cornelio de Holanda, muestra un sillería en dos niveles con profusa decoración.
El retablo Mayor fue iniciado por Pedro Berruguete e intervinieron también en él Santa Cruz y Juan de Borgoña, que lo finalizó.
La doble girola en la que culmina el templo es diáfana y en ella se aprecia bien la «piedra sangrante», una arenisca ferriginosa que da un aspecto peculiar a muros y bóvedas.
En la Capilla del Cardenal y otro par de salas se ubica el museo catedralicio en el que hay obras valiosas como este Cristo en Majestad del siglo XII.
No se puede ir uno de Ávila sin subir a sus murallas y dar un paseo por ellas.
Antes de ir a comer, apetecía una caña. Pero solo una, porque en Ávila el acompañamiento de cada consumición puede quitarte las ganas de comer.
Comimos, pero con más moderación que el día anterior. Y luego al hotel y una pequeña siesta.
Por la tarde a San Andrés. Una iglesia románica alejada algo de las murallas.
Es de tres naves y tres ábsides.
En su fachada occidental tiene adosada la torre cuya parte superior es fruto de obras de restauración del siglo XX.
Se entra por la portada sur.
Destaca la amplitud de la nave central y la estructura de los ábsides, distinta en cada uno de ellos.
Destaca la decoración escultórica de lso capiteles del ábside principal. Hay personajes en lucha.
Llama la atención la cantidad de leones representados. Montados por un hombre que lucha contra un monstruo.
En parejas.
O con un hombre intentando montar uno.
De San Andrés una buena cuesta para llegar hasta San Vicente.
Y una finalización de tarde en la plaza del Mercado Chico contemplados por el campanario de San Juan.
Último día en Ávila. Empezamos recorriendo la gran cantidad de palacetes, casas nobles y edificios históricos que surgen por toda la ciudad antigua.
Colegio Diocesano de Nuestra Señora de la Asunción.
Palacio de los Serrano en la plaza de Italia.
Ya dentro del recinto amurallado, se multiplican los elementos dignos de atención. Palacio de los Dávila.
Salir por alguna de las puertas, como esta del Rastro, permite echar vistazos a los alrededores de la ciudad
y a las siempre espectaculares murallas.
El espectacular torreón de los Guzmanes hoy forma parte de la sede de la Diputación.
Pasear por Ávila es también notar como se hace presente por doquier la figura histórica de Santa Teresa de Jesús. Su iglesia de estilo barroco preside la plaza flanqueada también por el convento.
Dentro de su estilo hay que considerar sobria la decoración interior, probablemente como homenaje al estilo de la Santa.
No lejos de la iglesia de Santa Teresa encontramos esta portada procedente del desaparecido hospital de Santa Escolástica, una muestra de reinstalación de patrimonio en riesgo de desaparecer.
Desde allí descendimos hasta el Adaja.
Y cruzamos el puente romano, peatonal a escasos metros del puente moderno para automóviles. Es uno de los pocos puentes cuya denominación de romano es correcta, pues este era su origen y conserva parte de su estructura original.
Regreso a la otra orilla y a San Segundo, otra iglesia del románico abulense situada junto al río.
Se accede por la portada sur (hay otra, muy posterior al románico y cegada, situada en el muro oeste). Las arquivoltas, que reposan alternativamente en jambas y capiteles, muestran deocración floral, muy usual en el románico de la zona.
Es de tres naves y tres ábsides, y su interior pierde en la cabecera su aspecto original debido a la profusa decoración barroca.
Una extraordinaria escultura de Juan de Juni representa a San Segundo, patrón de la ciudad. San Segundo, uno de los siete legendarios varones apostólicos evangelizadores de España, es aún más legendario como residente y mártir en Ávila, tradición (¡caramba con las tradiciones!) que surge en el siglo XVI haciendo referencia a hechos de milenio y medio más atrás.
Paseando a lo largo de las murallas
nos acercamos a Santa María de la Cabeza. Otra iglesia románica, aunque de época tardía y muy modificada.
En el interior sobresale la decoración en ladrillo de influencia mudéjar.
Muy cerca está San Martín. también de origen románico, pero completamente transformada, siendo su elemento más relevante la torre, cuyo cuerpo superior en ladrillo muestra la influencia mudéjar, pero ya de época gótica.
Subida hacia el recinto amurallado al cual entramos por la puerta del Mariscal.
Pronto tropezamos con la capilla de Mosén Rubí, iglesia gótico-renacentista adjunta al convento de las Dominicas.
Nos habíamos ganado una buena comida y un pequeño descanso.
Por la tarde deambulamos por barrios poco conocidos. Con calma visitamos la ermita de Nuestra Señora de las Vacas en una de las zonas más populares de la ciudad.
Esta iglesia tiene una nave del siglo XV en cuya construcción tiene un papel fundamental el ladrillo.
Y una cabecera del XVI, renacentista herreriana.
Esta parte impresiona en el interior por su grandeza y a la vez austeridad.
Por la calle Cuesta Antigua -¡cómo no iba a ser una cuesta estando en Ávila!- alcanzamos el centro.
Al llegar arriba echamos un vistazo al ábside de mampuesto de Nuestra Señora la Antigua, situada junto a San Pedro.
Callejeamos por la zona ya conocida y en vez de regresar al hotel en taxi como los días anteriores, nos dimos un paseo para ya cenar en las cercanías.
Por la mañana a madrugar y dejábamos Ávila.
La primera parada en Sotosalbos. La iglesia románica de San Miguel consta de una nave y un ábside. Su fachadaa sur la precede una galería porticada. Adosado al ángulo nordeste tiene un campanario de torre de época posterior.
Lamentablemente, la encontramos cerrada sin ninguna indicación de horario o de cómo poder acceder. Y eso que era domingo, pero al parecer ni misa había. El pueblo completamente desierto. No se veía un alma.
El pórtico tiene dos portadas, al sur y al este. Ambas decoradas con molduras en zig-zag. La decoración del pórtico no se limita a columnas y capiteles, sino que todo su alero está recorrido por canecillos y ménsulas esculpidos.
El pórtico consta de esbeltas columnas y capiteles figurativos de buena talla.
Algunos aún en suficiente buen estado para identificarlos bien como esta Adoración de los Reyes.
Más allá de Sotosalbos, dejamos la carretera general a Soria para tomar la que conduce directamente a Sepúlveda, nuestro destino. A la altura de la pequeña localidad de Requijada surge junto a la carretera, aislada de todo, la iglesia de Nuestra Señora de las Vegas.
Sorprende en esa soledad encontrarnos con una iglesia románica de tres naves y tres ábsides. De estos, solo el central es semicircular, los dos laterales son de cabecera plana y sobre el situado al norte se eleva la torre-campanario.
Precede al templo una galería porticada construida con buenos sillares.
Hay capiteles en mal estado, pero otros lucen aún sus figuras como esta colección de arpías.
La portada de acceso al templo consta de tres arquivoltas enmarcadas por un guardapolvo. En las enjutas podemos contemplar una soberbia Anunciación. Al interés escultórico de la portada se añade la policromía del siglo XVI que se ha conservado.
En el interior destaca el gran arco triunfal que da acceso al ábside central y la irregularidad de los otros ábsides con respecto a este. Algunos capiteles muestran decoración mayoritariamente vegetal, aunque también los hay con representaciones animalísticas.
La decoración pictórica, de la misma época que la policromía de la portada, es francamente interesante.
En excavaciones realizadas se encontró una importante necrópolis abarcando todos los siglos medievales y restos de una villa romana de la época del Bajo Imperio. Como testimonio de que estamos en un lugar de culto que data, como mínimo, de época paleocristiana, se conserva a los pies de la nave de la epístola esta piscina para el bautismo por inmersión.
Más adelante, nos desviamos para ir a Pedraza, aunque ya la conocíamos.
En el portal de acceso es obligatorio preguntarse cómo es posible que por ese único y estrecho acceso circulen entren y salgan de la villa los centenares de coches que ocupan los lugares de aparcamiento en fin de semana.
La Plaza Mayor aún no estaba abarrotada, pues faltaba un rato para la hora de comer.
Paseando por las calles de Pedraza se tiene la sensación, como en tantas otras localidades castellanas, de volver la pasado. Fortificaciones, casas nobles e iglesias, como las ruinas de la de Santa María, surgen por todas partes.
Al noroeste se sitúa el castillo. Obra medieval edificada sobre restos romanos y musulmanes. hace unos cien años lo compró el pintor Ignacio Zuloaga e instaló en él su taller. Sus herederos instalaron en sus dependencias un museo en el que, junto a otras obras de relieve, se exhiben muchas pinturas del artista.
Y hacia Sepúlveda.
Maravillosa estampa la que se contempla desde el mirador Ignacio Zuloaga, situado antes de cruzar el río Caslilla.
Atravesar el centro de la población en domingo es toda una aventura, pero finalmente conseguimos aparcar en el hotel y, como ya hacia rato del desayuno, sin tan siquiera descargar el equipaje, a buscar donde calmar el hambre.
Cruzamos el arco del Ecce Homo, cosa que ya habíamos hecho a la inversa con el coche.
Para llegar a la plaza de España, presidida por los restos del castillo medieval y su impresionante fachada barroca añadida.
Comer el domingo en Sepúlveda no es fácil. Veíamos todos los restaurantes llenos y decidimos tomar una caña y llamar a alguno por teléfono. Nos reservaron hora para las tres y media y con la única alternativa de «cordero o cochinillo».
Optamos por el cordero y lo cierto es que estaba espléndido.
Vuelta la hotel para acomodarnos en una bonita habitación situada alrededor del patio central.
Al regresar al centro las calles ofrecían un aspecto muy distinto al de la mañana.
En la plaza aún había algo de movimiento, pero poco.
Decidimos subir a Nuestra Señora de la Peña.
Iglesia con una memorable portada románica.
El tímpano especialmente es un museo escultórico.
Entre los capiteles del pórtico llama la atención este par de músicos compartiendo instrumento.
El interior muestra diferentes fases constructivas del siglo XII o quizás incluso más tardías. Los altares barrocos se ven algo muy distinto.
No lejos de Nuestra Señora de la Peña hay una explanada que es un mirador sobre parte de la población y sobre el cañón del Duratón. Por ahí se suelen ver abundantes buitres y otras rapaces, pero ese día debieron tomarse vacaciones pues solo pudimos contemplar pajarillos de escaso tamaño.
Emprendimos el descenso para volver otra vez al centro, parando en el palacete denominado Casa del Moro.
Nombre que alude al personaje representado en el frontón.
La plaza del Trigo está junto a la plaza España y en ella se encuentra la antigua cárcel.
También se disfruta de buenas vistas, en este caso hacia el sur.
El lunes Sepúlveda parecía otra. Sin aglomeraciones y con la mayoría de establecimientos cerrados. Día oportuno para pasear por calles desiertas y disfrutar de los encantadores rincones de la villa.
Antiguos edificios en los que a veces es difícil distinguir si fueron casas señoriales o capillas.
Si bien los escudos conservados nos pueden dar una pista.
Una de las antiguas puertas es la del Río, un balcón al río Caslilla.
Junto a la puerta se venera en una hornacina la Virgen de las Pucherillas, llamada así porque tradicionalmente se iluminaba la imagen con velas introducidas en pequeños pucheros de barro.
La antigua iglesia de Santiago acoge actualmente el Centro de Interpretación de las Hoces del Río Duratón.
Su ábside en ladrillo constituye un caso singular en Sepúlveda.
Cerca se hallan los Arcos de la Judería, que daban paso al importante barrio judío de la localidad.
Vuelta al centro.
Fotografiamos la cruz de término. Estas no son tan abundantes en los pueblos y villas castellanos como en otros lugares.
A pocos pasos, otra iglesia románica, San Bartolomé, actual parroquia de Sepúlveda.
Aunque muy modificada, su portada y su ábside recuerdan su origen.
Desde encima de San Bartolomé se disfruta de otra de las postales de Sepúlveda.
Aún quedaban calles por las que deambular.
Y subir hasta El Salvador, pese a que algunos vecinos nos habían avisado: «se van a tragar una buena cuesta y encima la encontrarán cerrada».
Sin embargo, vale la pena llegar hasta aquí, aunque esté cerrada, para contemplar una esbelta iglesia, de una nave que sobresale aún por encima del alto ábside, su torre y su galería porticada, realizadas con excelentes sillares
Encima del zócalo del ábside una aspillera revela la existencia de una cripta, que no es accesible en la actualidad.
Canecillos muy diversos adornan el alero del ábside y de las naves.
La galería porticada muestra signos de haber sido bastante reformada.
Sus capiteles son a veces de difícil interpretación.
El exterior es otro buen lugar para contemplar la villa.
Era lunes y pocos restaurantes había para elegir. Curiosamente hay uno asturiano en Sepúlveda y la verdad es que no estuvo nada mal.
Luego siesta y un último recorrido. Paramos en la iglesia de los Santos Justo y Pastor por donde ya habíamos pasado varias veces y en la que se ubica el Museo de los Fueros.
Y por último salimos de la población por El Postiguillo, el tramo de muralla mejor conservado, para volver a entrar por la nueva variante y dar por terminado nuestro paseo.
Querríamos haber alargado algo más nuestro viaje, pero determinadas circunstancias nos impidieron hacerlo y el día siguiente emprendimos el regreso.
¡Ya volveremos a escaparnos!